domingo, 2 de febrero de 2014

Interludio IX


"Sin cabos sueltos" había dicho Duncan. La cantina apestaba a humo, culpa de sus ventanas cerradas y las pipas que funcionaban en 4 o 5 de las mesas desde hace varias horas. Era temprano, pero esta cantina era de los pocos negocios en la plataforma que funcionaba enlanzando el ayer con el mañana. Estos mineros debían haber pasado la noche aquí recien salidos de un turno nocturno, y pronto se marcharían para descansar antes del próximo turno.

Poco verían el sol estos hombres. Posiblemente de camino a su factoría, y quizás en su sueño si mantenían sus servopersianas levantadas (cosa que probablemente no hiciesen). Al salir de sus trabajos la noche les esperaba camino a la cantina. Dentro de ella, la luz azul les bañaba emulando al sol del sistema, y solo quizás camino a su casa fuesen recibidos por las primeras luces de la mañana.

El día nacía ahora mismo, y Walt entró a la cantina bajo un cielo negro que solo en el horizonte mostraba los primeros tonos zules que dentro de una hora serían rosados. El humo de las pipas le recibió.  Los chicos ya estaban en posición, pero hicieron su trabajo ignorándole mientras continuaban riendo y bebiendo animádamente con los mineros de la mesa del fondo.
Walt tomó confiado sitio en la barra y comenzó a tomarse su primer vaso mientras esperaba la media hora que tenía hasta que llegase su objetivo. Necesitaba empezar pronto para hacer lo que tenía que hacer.

Media hora después, hablaba con el intermediario un metro mas a la derecha de donde había apoyado su codo al entrar. Sus compañeros seguían en posición, sin nada que revelase que se conocían.
Según el intermediario, la nave contrabandista había cargado, había recibido la mitad de su pago, y estaría saliendo del sistema, o habría salido ya, mientras ellos tomaban su primer vaso, el tercero para Walt.

Zereck, el intermediario, era un buen hombre, un empresario libre cuya profesión le había llevado varias veces a Corellia, como no podía ser de otra forma, y donde había entrado en contacto con mercaderes y contrabandistas, como tampoco podía ser de otra forma.
Eran este segundo tipo de contactos quienes habían vuelto interesante a Zereck, un hombre sencillo de 40 años.
Walt había pactado con Zereck toda la maniobra, y Zereck a su vez y con su comisión (el 50% de su comisión) había sido el contratante de la nave. Siguiendo el plan, Janinn debería haber oteado con sus macros la nave, confirmando su despegue, y debería haber realizado la llamada que incriminase al transporte mientras que el 1300 de los de Yavin pasaba con las identidades falsas pasaba la aduana con menos atención al tener una presa mas interesante.

Naturalmente, los contrabandistas estaban a punto de delatar, si no habían delatado ya, a Zereck, y porsupuesto Zereck llevaría a los Imperiales hasta Walt, por lo que Duncan había planteado la operación para dejar los cabos atados mas o menos mientras los contrabandistas y el 1300 de Yavin dejaban Yoru. En cuestión de minutos, o de horas, el pasquín de búsqueda de Zereck podia estar en el sistema informático planetario, y si se le ocurría pagar con su NPI una sola copa, los Imperiales se presentarían en cuestión de minutos aquí, disparando primero y preguntando después.

Con las comunicaciones planetarias posiblemente peinadas por la OSI, la parte mas descubierta del plan era la que venía ahora; despedirse de Zereck dejándole bajo visual de su equipo de apoyo en la cantina, y quedar con él en otra cantina cercana en 15 min para darle el resto de su comisión.
Nadie mentiría en la cantina si dijese ante un interrogador Imperial que la última vez que fue visto Zereck fue bebiendo con una persona, que le dejó solo en la barra hasta que el propio Zereck se marchó por su propio pie sin ninguna compañía.

Con 10 minutos eternos, Walt esperó sabiendo que un repulsor Imperial podía venir en estos momentos camino de la cantina. Walt espero ahora bajo un cielo maz azul que negro, con solo unos tonos rosados en el horizonte entre dos casas que había comprobado días antes sus matrimonios propietarios abandonaban un poco antes para trabajar aquí, en la plataforma. La parte mas delicada del plan es que Zereck no caminase a la cantina exactamente por aquí, la ruta mas sensata, o peor todavía, no cruzase siquiera (mas ilógico) por esa calle (donde Walt podría al menos verle y reajustar el plan). Así que Walt esperó, con el pulso alterado y las manos sudando, pero esperó.

Esperó hasta que Zereck apareció por la esquina y avanzó unos metros. Antes de que pudiese reparar en él, al otro extremo de la pequeña calle, vacia a estas tempranas horas del día, pulsó el botón, y el repulsor aparcado junto a Zereck explotó en una bola de fuego que reventó el cadaver del empresario.
"Sin cabos sueltos" había dicho Duncan.

Sin duda, otro atentado de los laboristas contra otro empresario Yorunés cuyo único crimen había sido construir su empresa a costa de malas condiciones laborales. Tercera victima esta temporada en esta guerra urbana no declarada entre mineros y banqueros, imperiales y empresarios.
Primero Tuddar Beg, el Muun, su chofer y sus guardaespaldas, en aquel tiroteo callejero repentino.
Luego Belgo Sáfor, otro Muun que alardeaba de su formación en Harnaidan y que se pavoneaba de su capacidad para sacar dinero de la nada. Su chalet explotó al dispararle desde un repulsor un barreno taladrador perforante, acabando con él, su mujer y sus tres hijos, y las ventanas y más de los chalets cercanos.
Ahora, Zereck Dirovian, un Yorunés cualquiera, un empresario de transportes, del que se decía que pagaba poco y mal. Motivo suficiente al parecer para que los laboristas atentasen contra él.

Con la adrenalina disparada, Walt se marchó a paso rápido por la ruta que había preparado la noche anterior. "Sin cabos sueltos" había dicho Duncan. "No permitas que tu sentido de la moral te impida hacer lo correcto", se recordó Walt mientras se cruzaba con peatones matinales con normalidad. Lo había escrito algún filósofo de la Antigua República, hacía muchos siglos.